4 de noviembre de 2016

HIJOS PERFECTOS O HIJOS FELICES


La mayoría de los padres quieren que sus hijos sean los mejores en algo para tener éxito en la vida, pero algunos lo llevan al extremo. Existen padres que pretenden que sus niños sean perfectos, como robots que han sido programados para hacer y decir lo que ellos quieren y desean en cada determinado momento. Pretenden que los niños no den problemas, que se porten bien en todo momento, que se lo coman todo, que obedezcan a la primera, que ni se les ocurra quejarse, que hagan la tarea solos…, y no nos olvidemos de que tienen que ser estudiantes de A y “número uno” en las actividades extraescolares. ¡Imagínate! con el dineral que cuestan. ¡Pues vaya que tienen que ser perfectos! Parece que los padres en ocasiones, quisieran cumplir sus sueños a través de sus hijos. 

En los casos en que los padres exigen tanto lo pasan mal ellos y los niños. Los padres, porque marcan expectativas con sus hijos que quizás nunca se cumplan y eso les causa una decepción que no es justa para los hijos. Estos padres no han llegado a entender que los niños llegarán a ser lo que puedan o lo que quieran ser. En el caso de los niños, se les exige un nivel tan alto que en ocasiones se les hace imposible alcanzarlo debido a que no tienen la capacidad o la inquietud para lograrlo. Lo triste en este dilema es que los niños crecen frustrados por no saber qué hacer para contentar a sus padres y lo que ellos no saben es que hagan lo que hagan nunca será suficiente para sus padres, ya que el problema no son ellos, sino ¡los padres!

Presionar a los hijos para que sean los “mejores” les afecta negativamente. Pero todavía es peor compararles con otros niños que son mejores en alguna actividad. Las comparaciones son antipáticas e injustas, ya que cada uno destaca en lo que destaca. La comparación es un reproche sutil que envía a los hijos un mensaje de: “tú no eres suficiente” y seguro que no lo es, al menos no para sus padres.

Nos podemos preguntar si es mejor un feliz con notas aceptables, que un niño brillante que siempre esté rivalizando y no sea capaz de saborear el éxito ni esté satisfecho de lo conseguido con su esfuerzo. Tampoco parece saludable que los compañeros de clase no sean vistos como compañeros de aventura y amigos, sino como rivales o adversarios. Creemos que detrás de muchos de estos sentimientos y actitudes, están unos padres extremadamente exigentes con sus hijos, padres que, con quizás buenas intenciones, intentan potenciar habilidades de sus hijos, pero que exigen de ellos una perfección imposible. ¡Nadie es esta vida puede experimentar únicamente éxitos! Tenemos que preparar a nuestros hijos también para el fracaso y para la superación de algún contratiempo con una actitud positiva y valiente.


Nuestros hijos deberían conocer el valor del esfuerzo y de la alegría, sin atender únicamente a los resultados obtenidos (no siempre la persona con más capacidades intelectuales es la que mejor se maneja por la vida). El árbol más maravilloso, no siempre produce frutos buenos. La poda de las ramas, el abono, la lluvia son condiciones imprescindibles para recoger un buen fruto, nosotros debemos saber proporcionar a nuestros hijos estos cuidados y saborear juntos los frutos del esfuerzo.

No debemos presionar a los niños exigiéndoles continuos éxitos, tratando con vergüenza los fracasos o haciendo constantes comparativas. Si nos ponemos a buscar, siempre encontraremos a alguien más alto, más guapo y más listo. Mirémonos al espejo y midamos con el mismo rasero que a nosotros a nuestros hijos. Potenciemos la autoestima de nuestros hijos, recompensando su esfuerzo, valorando su trabajo, estimulando sus ganas de aprender, ayudándoles en sus frustraciones y caminando con ellos con comprensión y cariño. Nuestro hijo debe saber que para nosotros él siempre es el mejor.

Os proponemos ocho puntos esenciales para criar a un niño feliz:

1. Aprende a leer las emociones de tus hijos.

2. Diviértete con él.

3. Ayúdale a perfeccionar sus talentos.

4. Cultiva hábitos saludables en tus hijos.

5. Deja que trate de resolver sus problemas.

6. Permítele que esté triste o enojado.

7. Enséñale a pensar en los demás.

8. Sé un modelo para él.

Si crees que eres un padre que le exige demasiado a sus hijos, ponte en contacto contigo mismo y pregúntate: ¿Por qué les exijo tanto? ¿Por qué les presiono a que sean los “número uno”? ¿Qué gano con el éxito de mi hijo? ¿Qué carencias estoy cubriendo con el éxito de mi hijo?.

Es importante aprender y dejar que los hijos sean los protagonistas de sus vidas. Tú ya fuiste niño, ¡ahora le toca serlo a él! Pregúntate si quieres… ¿un niño perfecto o…, un niño feliz?

Bibliografía:
Patro Gabaldón
Esther Esteban

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