Para empezar, nada mejor que unas cuantas cifras para hacernos una idea de lo que hablamos cuando mencionamos en una oración el binomio “niños” y “presencia online”. Según datos de 2010 –es decir, que a día de hoy las cifras pueden ser aún más abultadas- los bebés de menos de dos años ya tenían una presencia digital más que notoria: un 93% en el caso de los infantes estadounidenses y un 73% en el caso de los niños europeos. Al decir “europeos”, la encuesta agrupaba cinco países: Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España.
La presencia digital se refiere, principalmente, a fotos y vídeos compartidos con la sana –y en ocasiones cargante- intención de mostrar a amistades, familiares, etc., las monerías del bebé en cuestión. Pero no sólo se trata de vídeos o fotografías: en España, alrededor de un 12% de madres crean una cuenta de correo electrónico a su recién llegado retoño, más de un 7% les crea un perfil en alguna red social y un apabullante 25% ya ha compartido instantáneas de la criatura incluso antes de nacer puesto que las ecografías también circulan con alegría por las redes sociales.
Por eso, si la presencia online de las personas que estáis leyendo esto –seguramente mayores de 30 años, en su mayoría- abarcará los últimos doce o quince años como mucho, en el caso de los menores su huella digital puede comenzar con la ecografía que colgó su madre en Facebook y terminar en el infinito.
Con estos datos delante, hay que contemplar dos factores nada desdeñables:
Primero, que el curriculum digital es muy probable que acompañe a la persona durante el resto de su vida, con lo cual hay que tener cierto ojo con lo que se comparte, y evaluar las consecuencias que pudiera tener en el futuro. ¿Le hará gracia a nuestro/a hijo/a que el coscorrón que se dio con el columpio con tres años se haya hecho viral y siga siendo fuente de risas cuando tenga doce?
En segundo lugar, este globo digital de fotografías, vídeos, etc. debe hacer reflexionar a los progenitores sobre los ajustes de privacidad que tienen en sus redes sociales y el alcance que puedan tener los contenidos que comparten, incluida su localización. Lo que antes era una anécdota familiar conocida por cuatro allegados ahora puede convertirse con facilidad en algo al alcance de cientos, miles o incluso millones de personas. La seguridad al 100% no existe, y menos en internet. Si dudas sobre si compartir o no alguna información sobre tus hijos/as en la red, la misma duda te da la respuesta: no lo hagas.