Este experimento, llevado a cabo en la Universidad de Stanford en los años
sesenta, era en apariencia bastante simple: sentaban a un niño frente a una
gominola tentadora y se le explicaban unas reglas muy sencillas. Podía comerse
la chuchería en el acto o, si esperaba a que regresara el investigador resistiendo el impulso de devorarla, le
darían dos en lugar de una. También tenían la opción de tocar una campanilla, y
el adulto regresaría en el acto permitiéndole comer la gominola. Una solamente,
no las dos prometidas si conseguía esperar.
Este tipo de experimentos –centrados en el estudio de la demora de la gratificación- se han
repetido desde entonces en diversos centros y países y, además de divertidos
vídeos que muestran la lucha interna de las criaturas frente a la dulce tentación,
ofrecen interesantes reflexiones posteriores.
La
mayoría de los niños del experiemento de Stanford no resistían la espera: algunos se
zampaban el dulce en cuestión de segundos; otros conseguían aguardar una media
de dos a tres minutos, o terminaban por tocar la campanilla en un breve lapso
de tiempo; solamente un treinta por ciento
conseguía resistir hasta que el investigador regresaba (unos quince minutos
después). Se peleaban con el deseo de la golosina, pero conseguían aguantar.
La curiosa reflexión vino con el tiempo: Walter Mischel, el profesor de
psicología que había llevado a cabo los experimentos – con más de seiscientos
cincuenta niños, incluidas sus tres hijas- estableció, de forma casual, una correlación entre los resultados
académicos posteriores y el tiempo de espera frente a la chuche. Con los
niños ya convertidos en estudiantes de secundaria, estudió los datos de una
serie de tests y encuestas que volvió a realizarles y los resultados fueron
bastante claros: el grupo de los
“impacientes” presentaba más problemas de conducta, tanto en casa como en el
instituto, peores notas, relaciones sociales más dificultosas, más problemas de
atención y una gestión del stress deficiente frente al grupo de los niños/as
“pacientes”.
Lo que Mischel y su equipo quisieron destacar con los
resultados de sus estudios es el error
de colocar la inteligencia como elemento diferenciador del posible “éxito”
académico/vital –cosa que se ha hecho durante años- y remarcar que el intelecto está sometido al autocontrol y
depende en gran medida de él. La habilidad fundamental para salir exitoso
de la prueba de resistencia a la gratificación es una adecuada “colocación” de
la atención. En lugar de obsesionarse con la gominola, los niños/as pacientes
se intentaban distraer de ella canturreando canciones, tapándose los ojos, etc.
Las ganas de comerse la chuche seguían presentes, pero intentaban despistarlas. “Si
te pones a pensar en la gominola y en lo rica que va a estar, al final te la
comes. El truco reside en evitar pensar en ella” remarca Mischel.
Y ¿cómo mejorar esa estrategia de demora? Porque el experimento
no tendría mucha utilidad si no se pudieran extraer de él algunas enseñanzas,
tengas cuatro años o cuarenta. Mischel descubrió unos sencillos trucos mentales
para ayudar a los niños a resistir; simplemente el ejercicio mental de imaginar que la gominola es en realidad un
dibujo ayudaba a pasar de treinta segundos de espera a los quince minutos
oficiales. Una vez que nos damos cuenta de que la fuerza de voluntad depende de que aprendamos a controlar nuestra
atención y pensamientos, podemos empezar a trabajar con ella y a mejorarla.
El problema es que estos pequeños atajos mentales
tienen una utilidad corta si no se convierten en hábitos: un truco momentáneo
lo haces en cinco minutos pero instaurar un hábito llevas meses o incluso años;
Mischel insiste en la importancia del
papel de los padres y madres en esa consecución estableciendo rutinas que
animen y recompensen la espera y la paciencia. De acuerdo a sus
recomendaciones, los rituales más típicos y tópicos de la infancia tales como
no picotear antes de las comidas, intentar ahorrar algo de la propina, esperar
en la mesa a que todo el mundo termine (o a que todo el mundo esté sentado
antes de empezar a comer), etc son
buenos ejercicios de entrenamiento cognitivo. Así, nos enseñamos a nosotros mismos a pensar
para ser algo más espabilados que nuestros deseos más inmediatos.
Para Mischel, el experimento de las chuches es un buen indicador de la
fuerza de voluntad porque nos enfrenta a nuestros impulsos; en otras palabras,
si puedes aprender a controlarlos, “podrás hacer los deberes aunque en realidad
lo que te apetezca sea ver la televisión, o ahorrar algo de dinero para la
jubilación. No
todo tiene que ver con las gominolas”